2010

2010
Premio de Poesía Casa de las Américas 2010

sábado, 7 de junio de 2014

Damián Bernabé Irusta, alias «El Rulo»

Ciudad de Neuquén, 14 de agosto de 1988


Damián Bernabé Irusta
llamado «el Rulo»
por un mechón que el tiempo se llevó tiempo ha
canta nada para nadie sentado
en el suelo polvoriento de la galería.

La calle pasa
el Rulo canta:

hubo un tiempo que fue hermoso
miente el Rulo
a dos metros de un vómito de vino y choripán
que la noche le dejó de regalo.

Me gusta ese tajo
gime el rulo a las diez
y una rubia piel canela
lo mira con pena y espanto.

Potra de nácar
yo te haría recorrer el mejor de los caminos
recita el Rulo
pero qué sabés de García Lorca
pero qué sabés
si ni sabés que el tiro de gracia
se lo metieron por el culo
por rojo y por maricón.

Estoy tan cansado
que me voy a suicidar
mañana por la noche
advierte el rulo
y la medianoche le danza alrededor
con sus hijos más negros.

Yo vivía en el bosque muy contento
versea el Rulo a la una.

Me’chó de su cuarto gritaaaandomé
grita el Rulo a las dos

refunfuñando porque no hizo peso’ para comer
refunfuña el Rulo a las tres

un día más pa’ cagarse de hambre
en esta puta ciudad
improvisa un blues el Rulo
para la rata que lo mira
parada en dos patas junto al muñón
de lo que fue su pierna izquierda.

Juira bicho
amaga con la muleta el Rulo
medio en broma
pero el bicho apenas se corre
un salto de rata para atrás.

Y entonces el Rulo ve a la segunda rata
que se asoma
con una porción de muzzarella entre los dientes
para depositarla dentro del estuche
con infinita delicadeza ratonil.

El Rulo se queda mirando la pizza
tambaleando entre el deseo y el asco.
Vence, a medias, el deseo
y se la come entre dos arcadas.

Entonces ve llegar a la tercera rata
y a la cuarta
y a una quinta
cada una con una ofrenda
traída desde la alcantarilla
con infinita delicadeza ratonil.
Gracias, gracias
dice el Rulo
tratando de no entender.

La primera rata se acerca
y toca levemente la guitarra
con su patita gris.
El Rulo entiende.
Ya sabe lo que se espera de él.
Y la madrugada se llena
de chacareras, de zambas, de rocanrroll,
hasta que el Gran Ratón Dorado
comienza a teñir el cielo.

Entonces las ratas se arremolinan
y se dividen en escuadrones:
entre cincuenta alzan la guitarra
con infinita delicadeza ratonil
y la bajan por la boca de tragar tormentas.

Ciento cincuenta cargan el estuche.

Cuando ya no queda más que una rata
mirándolo desde el borde,
el Rulo apoya la muleta contra una vidriera
deja bajo un medio ladrillo la medallita de la virgen
y una vieja foto de mujer.
Duda un momento
saca la foto
la besa
y la vuelve a dejar en su altar de vidrio y neón.

Después se arrastra hasta la alcantarilla,
mira la calle por última vez
y se deja caer.


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