2010

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Premio de Poesía Casa de las Américas 2010

domingo, 8 de junio de 2014

Elías Alipio Barrantes Oyarzún

Comodoro Rivadavia, Chubut, 17 de septiembre de 1973





Elías Alipio Barrantes Oyarzún
medio argentino
medio chileno
medio oficial pintor
medio viejo para andar subiendo
el espinazo del barrio de la loma,
un día se cansó entero
y, al pie de los tachos
se negó a trabajar.

Por la cuesta del barrio
iban como subiendo las casitas
que el pintó:
la de doña Sonia
rosada como la panza de los flamencos
la del plomero Raimapo, verde agua
la de la viuda Hinostroza,
la que un día se soltó el pelo
y lo homenajeó como hombre
(aunque una sola vez)

–Cosas lindas los colores –dijo Elías Alipio Barrantes Oyarzún
y metió el índice en un tacho de puro azul.
Unas cosquillas se le arremolinaron en la ingle
(como cuando la viuda vino de atrás
y le dio un beso
que fue un toque de plumón
en la comisura de los labios).
Entre complacido y asustado sacó la mano
y se quedó mirando el muñón limpito.

Elías miró el tacho, miró el muñón y el tacho otra vez.

Con un palito
con cuidado
buscó y rebuscó, en el fondo del azul,
su dedo de señalar.
Nada.
Metió el dedo meñique en el tacho verde
y sacó un muñoncito verde.
Elías Alipio se despidió de su dedo benjamín
mientras el placer le corría lomo abajo
como cardumen suave y caliente.

Allá arriba la casita de la viuda Hinostroza
parecía andar necesitando unas manitos de pintura.
Allá lejos, abajo y lejos
el golfo era como un gran tacho de pintura azul.
Manso.
Profundo.
A Elías Alipio Barrantes Oyarzún
se le encendió el rostro
mientras arrastraba el laterío
hasta el jardincito de la viuda.
Y ahí, mientras amanecía,
Elías Alipio Barrantes Oyarzún
fue metiendo un pie en el tacho verde
otro en el amarillo.
El brazo se le fue como pez en el rojo.
El sexo cantó una cuequita silenciosa
antes de disolverse en un silencio azul.
Y al final,
siempre con su sonrisita,
lo que quedaba de Elías Alipio
se dejó caer para siempre
en un mar de color durazno.

La viuda Hinostroza
salió al jardín
y se quedó mirando los tachos que chorreaban sobre la
tierra negra
recién carpida, del jardín.
–Cosas del Alipio –se dijo con buen malhumor.
–Viejo loco. Como si una anduviera para esas cosas.
(La viuda Hinostroza entró y trajo un sillín de paja).
Viejo loco. Dónde se habrá metido. Hasta la brocha se dejó.

La viuda esperó y esperó.
Con un palito jugó a mezclar colores.
Pintó un clavel o dos.
Dibujó su nombre en la vereda
una letra de cada color.
Abajo pintó «Alipio»
y encerró las dos palabras en un corazón.

Con rabia
con pena
lo borró con el pie.
–Ahora la vieja loca soy yo.
–Dónde se habrá metido.
–Por qué no viene de una buena vez.

La calle que subía hasta su casa era
como una pincelada de barro
entre las casas del pobrerío.
La calle vacía
La calle vacía.
La calle vacía.

A la tardecita se levantó
alzó un tacho
la brocha

y se puso a pintar.

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